Me siento como un bolso, un bolso grande y feo. Me senté allí, sintiéndome tan simple, tan poco femenina, tan poco atractiva. Horrendo realmente. Observé a la chica sentada cerca de mí, tan bien maquillada, sus curvas acentuadas en su pantalón y en su apretada camisa. Apenas noté el pañuelo en su cabeza, ahora que pienso en ella. “Podría parecerme a ella”, me dije a mí misma, “podría ser tan atractiva para ser vista”. Miré hacia mi yilbab gris y a mi pañuelo verde que colgaba sobre mi pecho. Cuando por la mañana me puse esta vestimenta, pensé que estaba muy bien, realmente bella. No me vi sexualmente atractiva, por supuesto, pero lucía bien. Sentada ahora a la par de esta chica engalanada me hizo sentir como, no puedo expresar cómo me hizo sentir, no de una manera decorosa, de cualquier manera, supónganlo ustedes.
Lo diré claramente para expresar el dolor de transmitir mis convulsionadas emociones: tienes mucho que perder si utilizas el hiyab correctamente. Pero hablo sólo de pérdidas superficiales (literalmente superficiales). Es duro. Y por eso la mayoría de las que usan el hiyab no se toman la molestia de cubrirse correctamente. No significa que no sabemos lo que es el uso correcto del hiyab. Esa parte es simple: cúbrete el cabello y no vistas ropa ajustada (como una mujer que conozco que dice: “¡quítate aquella cosa de tu cabeza y póntelo alrededor!”); y, por la causa de Dios, quítate el maquillaje de tu rostro.
Pero las consecuencias sociales son agudas.
En resumidas cuentas, utilizando correctamente el hiyab queda invisible tu atractivo femenino. Ese es el punto, obviamente, y así se habrá cumplido el objetivo. Cubre tu sexualidad. Neutraliza tu atractivo.
En una sociedad donde la imagen de la sexualidad (muy diferente de la verdadera función en sí misma) es de una importancia crítica, dónde la mirada es una parte tan significativa de interacción, dónde el cuerpo de la mujer está todo el tiempo expuesto, usar el hiyab correctamente pone un velo sobre ti de la tela más oscura que cualquier burqah pudiera ser hecho. En tal sociedad, tú luchas contra un sentido de falta de valor, porque no puedes vender la mejor mercadería.
No tengo la intención de impedirle a alguien que vista su hiyab correctamente, sino que estoy tratando de explicar por qué encuentro tan pocas de mis compañeras musulmanas vistiendo correctamente el hiyab. Nadie quiere ser una persona invisible y marginada por la sociedad. Eso se entiende. Lo que no me gusta son las personas que no admiten esto.
En lugar de tan sólo decirlo y ser honesta de que también es muy duro para una mujer no verse atractiva, muchas chicas esquivan el asunto presentando alguna falsa excusa o cosas por el estilo respecto a por qué ellas no visten de una manera adecuada el hiyab; a veces dicen que de la manera que lo usan es correcto y hay diferencia de opinión, o dicen que necesitan vestirse así por la cultura, la presión en el trabajo o por motivos de da’wah (“no queremos que los que no son musulmanes piensen que somos bárbaros”).
Es imperativo que primero seamos honestas con nosotras mismas si vamos cambiar y vestirnos de cierta manera más cercana a lo que Dios nos ha Prescrito. (Noten que dije Dios y no “hombres”, el hiyab no tiene nada que ver con hombres, se trata de algo entre tú y tu Señor. Los hombres sólo se convierten en factores de la ecuación cuando tomamos la decisión de darles cabida en nuestra vestimenta pública).
No quiero hacer de esto una cosa de hombres versus mujeres, porque no lo es, y ese no es el espíritu del Corán. Somos unos de otros, y tenemos en la misma base de nuestra naturaleza un –a falta de una palabra mejor– amor platónico y misericordia los unos hacia los otros. De esto proviene nuestra atracción sexual por el otro –que es una cosa maravillosa en el contexto correcto–, pero en la base es un amor fraternal. Y es este amor de hermandad que debería estar establecido y viviendo en toda sociedad sana.
Pero ciertamente no está establecido y con vida en nuestra sociedad, porque el amor fraternal ha sido enterrado bajo la sexualidad de nuestra interacción en la sociedad. Como dije anteriormente, todo es acerca de desear y ser deseada, contemplar y ser contemplada. La sobreexposición del cuerpo cubre completamente las inclinaciones del corazón.
Así, antes de que las “hermanas” se expresen en contra de los “hermanos” por cómo no están siendo respetuosos, considerados o colaboradores, déjenme indicar lo obvio: mientras no nos vistamos como hermanas y no como strippers, no podemos esperar que los hombres actúen como hermanos en lugar de…, bueno, otra vez no es una palabra para usarse de una manera decorosa.
Para concluir mi disertación (pienso, bien avalada), hemos alcanzado ahora un punto crítico. Nuestro hiyab va de mal en peor. No puede mejorar, no lo creo, hasta que primero admitamos qué tan difícil es, cómo afecta nuestra autoestima y el desafío que representa.
Éste es el primer paso para cambiar. Solamente después podremos trabajar en relación a la forma de mejorar y cómo facilitar las cosas para mejorar.
Entonces, chicas, permítanme comenzar: mi nombre es……. y no uso hiyab, sólo me tapo la cabeza.