Mientras el mundo evoca solidaridad, los palestinos no esperan ninguna de sus invasores
Por Osama Tanous
Conforme se multiplican los infectados y las muertes por el COVID-19, aumentan los llamados a nivel mundial para que la gente muestre solidaridad y se cuiden unos a otros. Sin embargo, para el gobierno israelí no existe la solidaridad.
Tras que se detectaron los primeros infectados de COVID-19, las autoridades israelíes demostraron que no tienen intención de flexibilizar el estado de Apartheid para que los palestinos puedan encarar la pandemia en condiciones más humanas.
La represión continúa; las fuerzas de ocupación israelíes usan la excusa de una mayor presencia policial para seguir asaltando algunas comunidades, como el barrio Issawiya en Jerusalén del Este, o ejecutando demoliciones en lugares como Kar Qassim y destruyendo las cosechas de las comunidades beduinas en el desierto de Naqab.
A pesar de que cuatro prisioneros palestinos dieron positivo por COVID-19, el gobierno israelí se niega a escuchar los llamados a liberar a los 5.000 prisioneros palestinos −incluidos 180 niños− que tienen secuestrados en sus cárceles. Y no hay señales de que el debilitante cerco a Gaza, que diezma sus servicios públicos, sea levantado en un tiempo cercano.
El primer ministro, Benjamín Netanyahu, también está intentando excluir a los parlamentarios palestinos del Frente Unido del gobierno Unido de Emergencia, creado en Israel para enfrentar la emergencia, llamándolos “simpatizantes del terrorismo”.
A la vez, las autoridades israelíes a toda prisa empezaron a representar a los palestinos como portadores del virus y una amenaza para la salud pública.
A principios de marzo, cuando el ministro de salud palestino confirmó los primeros casos de coronavirus en el territorio ocupado de Palestina, el ministro de defensa israelí, Naftalí Bennett, puso inmediatamente en cuarentena la ciudad de Belén donde aparecieron los casos.
Claro que la preocupación no era la salud y la seguridad de los palestinos en la cuidad, sino la posibilidad de que infecten a los israelíes. El asentamiento colonial de Efrat, que también tenía infectados confirmados, no fue que puesto en cuarentena, obviamente.
Poco después, el ministerio de salud emitió una declaración advirtiendo a los israelíes que no entraran en los territorios ocupados de Palestina.
La semana pasada, Netanyahu pidió expresamente al “publico áraboparlante” que obedeciera las instrucciones del ministerio de salud diciendo que había un problema de incumplimiento de parte de los palestinos. Está de más decir que no se expresaron tales preocupaciones respecto a algunos miembros de la población judía de Israel, quienes de frente se negaron a cerrar sus escuelas religiosas y negocios.
Esta actitud sobre los palestinos no es nueva, claro. Los escritos de los primeros colonos sionistas europeos están llenos de prejuicios racistas sobre la higiene y condiciones de vida de los árabes; y la amenaza de que la población árabe podía ser fuente de enfermedades contagiosas fue la excusa de los primeros llamados al Apartheid sionista.
Aparte de décadas de represión y discriminación, durante la epidemia del COVID-19 los palestinos enfrentan otra consecuencia de la ocupación militar y el Apartheid: un sistema de salud en ruinas.
Las raíces del problema se remontan a la era del mandato británico, cuando los ingleses obstruyeron la formación de un sector de salud administrado por los palestinos. La población palestina (la urbana sobre todo) era atendida por un número de hospitales establecidos por el mandato británico, así como algunos servicios de salud establecidos por misionarios occidentales.
A la vez, los colonizadores judíos fueron autorizados para tener su propio sistema de salud, con generosas donaciones extranjeras y administradas de forma independiente al mandato.
Durante la segunda guerra mundial, algunos misioneros se fueron y cerraron sus clínicas, y después de 1948 se retiraron dejando un deficiente sistema de salud. En 1949 Egipto se anexó Gaza, y al año siguiente Jordania hizo lo mismo con la ribera occidental del Jordán. Durante los siguientes 17 años el Cairo y Ammán proveyeron servicios de salud a la población palestina bajo su mandato, pero no establecieron un sistema de salud funcional.
La UNRWA, Agencia de las Naciones Unidas para asuntos de los refugiados, tuvo que aumentar sus funciones proveyendo un servicio primario de salud, mientras los palestinos empezaron a establecer una red de facilidades médicas de caridad.
Después de la guerra de 1967 y la ocupación militar de Israel contra la franja de Gaza y la ribera occidental, Israel, como fuerza de ocupación, era legalmente responsable de la salud de los palestinos.
Sin embargo, y como se esperaba, no hizo nada por establecer un sistema de salud eficiente. Como muestra basta citar que en 1975, el presupuesto de salud asignado a los palestinos, de la ribera occidental era menor que el presupuesto de un solo hospital israelí para todo el año.
En 1994 se creó la Autoridad Nacional Palestina, ANP, que se encargó del servicio de salud. Está demás decir que la ocupación militar continua y el hecho de que el presupuesto de la ANP dependía de donaciones extranjeras y los caprichos del gobierno israelí, además de la corrupción en los funcionarios de la ANP, no permitieron que se desarrollara un sector de salud palestino.
El resultado es que, si entras en un hospital palestino en la ribera occidental hoy, verás a los pacientes hacinados, la evidente falta de recursos, equipo inadecuado y la deficiente infraestructura y sanidad.
Los profesionales médicos repetidas veces han protestado por las deficitarias condiciones de trabajo en sus hospitales, la última vez en febrero de este año, sin obtener resultados.
Con solo 1,23 camas por 1000 personas; 2.550 doctores activos, menos de 20 especialistas en cuidados intensivos y menos de 120 respiradores artificiales en todos los hospitales públicos, la ribera occidental enfrenta un desastre sanitario de gran escala si las autoridades no contienen el avance del COVID-19.
Si la situación de la ribera occidental se ve mal, la de Gaza es catastrófica. La ONU anunció que la franja de Gaza sería inhabitable desde el 2020. Ya estamos en el 2020 y los residentes de la franja de Gaza −además de vivir en condiciones inhumanas− enfrentan ahora la epidemia del COVID-19, cuyos primeros casos se confirmaron el 21 de marzo.
El cerco israelí, egipcio y de la ANP contra Gaza causó que su sistema de salud esté al borde del colapso. Esto es consecuencia de ciclos de destrucción de las instalaciones médicas y los lentos esfuerzos de reconstrucción que vienen después de los ataques militares a gran escala realizados por el ejército israelí.
La gente de Gaza enfrenta condiciones extremas: el desempleo ronda el 44% (61% de la población joven), el 80% de la población depende de algún tipo de ayuda externa. El 97% de sus aguas no se pueden consumir y un 10% de sus niños tienen problemas de crecimiento por mala nutrición.
El aprovisionamiento de recursos médicos está en declive constante, según la ONG Medical Aid For Palestinians, desde el año 2000 hay una disminución en el número de camas hospitalarias (de 1,8 a 1,58), doctores (de 1,68 a 1,42) y enfermeras (de 2,09 a 1,98) por cada mil personas, causando hacinamiento y disminución en la calidad de los servicios.
El bloqueo israelí a la importación de tecnología de “posible doble uso” restringe la compra de equipo como escáneres de rayos X y radioscopios médicos
Cortes de energía eléctrica regulares amenazan la vida de miles de pacientes que dependen de equipo médico, incluyendo bebés en incubadoras. Los hospitales sufren la falta del 40% de las medicinas necesarias, y la provisión de suministros médicos básicos, como jeringas y gaza, es inadecuada. La decisión del gobierno de Trump en 2018 de cortar la asistencia económica de los EEUU a la UNRWA también afectó la capacidad de tal agencia de proporcionar servicios de salud y de traer médicos que realicen cirugías complejas en Gaza.
Los límites del sistema de salud en Gaza fueron puestos a prueba durante la Gran Marcha del Retorno, cuando los soldados israelíes abrieron fuego intenso sobre los manifestantes al otro de la valla que separa a Gaza de Israel. En esos días los hospitales estaban sobrecargados de heridos y muertos, y durante meses se esforzaron para proveer cuidados apropiados a los miles de heridos por munición viva, muchos de los cuales quedaron permanentemente discapacitados.
La franja de Gaza es uno de los lugares más densamente poblados del mundo y también experimenta problemas severos de la infraestructura sanitaria y de agua potable. Está claro que impedir la expansión del COVID-19 será casi imposible. Está también claro que la población, que ya está debilitada por la desnutrición, un alto porcentaje de discapacitados (víctimas de los asaltos israelíes), un alto estrés psicológico debido al trauma de la guerra y sus dificultades será mucho más vulnerable al virus. Muchos morirán y el sistema de salud colapsará con seguridad.
Mientras la ribera occidental y Gaza enfrentan potenciales catástrofes sanitarias en esta epidemia del COVID-19, la cuestión es ¿qué hará Israel? ¿Dará acceso a su sistema de salud a los palestinos? ¿Dejará por lo menos de bloquear la ayuda médica internacional que les llega?
Un video reciente que se hizo viral en las redes sociales palestinas nos puede dar la respuesta. En él se ve a un obrero palestino esforzándose para poder respirar al lado de un retén militar israelí cerca de la aldea de Beit Sira. Su empleador israelí llamó a la policía porque lo vio respirando con dificultad y temía que esté contagiado del COVID-19. La policía lo recogió y fue y lo tiró al lado del camino en el retén.
Décadas de colonialismo sionista, ocupación militar y repetidos asaltos mortales han enseñado a los palestinos a no esperar solidaridad de parte del régimen racista israelí. En esta crisis, como en las crisis previas, ellos tendrán que atravesarla con su proverbial sumud (perseverancia).
Fotografía
Trabajadores palestinos se disponen a desinfectar mezquitas e iglesias como medida preventiva contra el coronavirus en Ramallah, Territorio ocupado de Palestina, 7 de marzo de 2020 (AP/Majdi Mohammed).
Fuente Aljazeera.com