Podía entender “no bebas el agua”, o incluso “no nades: agua contaminada”. Pero, ¿“no toques el agua”? Algo con respecto a ese letrero y la realidad la que señalaba parecía profunda e irrevocablemente equivocada. El hecho de que fuera el campamento más cercano a Disneylandia hizo que la situación resultara aún más espeluznante.
El recuerdo de ese campamento de desechos tóxicos permaneció conmigo durante años. Poco a poco me di cuenta de que el lugar no solo era el anticampamento por antonomasia, sino también la imagen del antiparaíso: Un lugar donde el agua que fluye es demasiado sucia para que podamos utilizarla para purificarnos antes de la oración, y donde las plantas y criaturas naturales están envenenadas y se están muriendo. El Corán nos dice que el Paraíso prometido a los creyentes es un jardín con ríos que fluyen en él. Está lleno de frutas, flores y cosas que crecen, ofreciendo un néctar mejor que el vino terrenal más fino, y bellezas y placeres más allá de la imaginación terrena. Aunque jamás podremos crear un Paraíso tan perfecto en la Tierra, los arquitectos, planificadores del uso de la tierra y artistas musulmanes a menudo han utilizado esta imagen como modelo para sus esfuerzos por preservar y celebrar la belleza natural de la creación. ¿Por qué no? El Corán nos dice que toda la naturaleza es una señal de Al-lah, que refleja parte de Su magnificencia y misericordia.
De hecho, toda la naturaleza, en la óptica islámica, está en estado de adoración permanente. Los árboles y pastos, peces y animales, están todos inclinándose en una brisa dulce e invisible que lleva su adoración hacia su Creador. Los seres humanos podemos aprender de este proceso y buscar la armonía en él, uniéndonos a la creación en adoración del Señor de todos los mundos y de toda la creación. O bien, el ser humano puede rebelarse con obstinación, imaginándose separado y autosuficiente, y persistiendo en transgredir los límites que Al-lah ha establecido, hasta que venza el plazo inevitable.
En contraste con la visión predominante en occidente de la naturaleza como algo salvaje y tendiente al caos, que debe ser dominado a través de la conquista, el Islam insiste en que la naturaleza sea respetada e invita a los seres humanos a aprender de ella y a unirse a ella en coexistencia armoniosa.
La experiencia del campamento contaminado me despertó al hecho de que algo está muy mal con la forma de vida que produce semejante lugar, y que el Islam tiene las claves para entender las causas fundamentales y las soluciones para nuestro dilema ambiental actual. Ello me convenció de que los musulmanes debemos poner el activismo ambiental como primera prioridad de nuestra agenda social y personal. Nuestro planeta está en un estado de crisis ambiental, y como musulmanes somos los custodios de la última revelación de Al-lah, una revelación que le da a la humanidad el conocimiento y la inspiración que necesita para vivir en paz y armonía en esta vida y en la última.
La solución coránica al problema del medio ambiente es, en una palabra, holística e integral. Vivir una vida realmente islámica requiere evitar los males de la extravagancia y la locura del consumismo materialista, y lograr la armonía con nuestro entorno, teniendo compasión por las demás criaturas.
Sin embargo, todo comienza con la orientación correcta hacia la vida: La sumisión completa a Al-lah, el Único Creador de todo, y que dicha sumisión esté marcada por el temor piadoso, la gratitud amorosa, la paz interior, el esfuerzo continuo por hacer el bien y la consciencia permanente de que Al lah es más grande que cualquier aspecto de Su creación. La orientación coránica proporciona la clave para restablecer el equilibrio perdido entre los seres humanos, la naturaleza y Al-lah Todopoderoso, Quien lo creó todo.
Para el ateísmo materialista no existe nada sagrado, y ello implica que no hay límites para lo que los humanos pueden hacer para satisfacer sus deseos materiales. La cultura materialista, como dijo mi sabio profesor de humanidades una vez, tiene dos características distintivas: un impulso tremendo para lograr un control cada vez mayor sobre el mundo natural, y un impulso igualmente enérgico por reconstruir y perfeccionar la sociedad humana.
Los humanos como administradores y guardianes de la Tierra
El Islam enseña que somos los vicarios y administradores de Al-lah en esta hermosa Tierra, no prisioneros en un mundo defectuoso que necesita ser reconstruido radicalmente. Como vicarios, nuestra labor es preservar y apreciar la belleza y la bondad que encontramos, en sumisión agradecida a su Creador. Todos los científicos de nuestro planeta son necesarios para una tarea más obvia y simple: cuidar del planeta que Al-lah nos ha dado y cuidar de nuestros semejantes. Esto significa hallar formas para vivir, y vivir bien, gastando menos energía física y haciendo cambios menos molestos a nuestro medio ambiente de lo que es común hoy en día. Ello implica encontrar formas de redistribuir la riqueza del planeta de modo más equitativo en un entorno de crecimiento económico cero, o incluso de crecimiento negativo, que será lo que seguramente nos afectará en unos pocos años, cuando la producción de petróleo alcance su punto máximo y comience a disminuir.
Al-lah no ama a los derrochadores
Así, también, es la orden judicial que da Al-lah: “¡No desperdicien!”. Tanto el Corán como la Sunnah dejan totalmente claro que evitar el desperdicio y el derroche es una cuestión de la mayor importancia. Por ejemplo, Al-lah dice: {No derrochen, porque Dios no ama a los derrochadores} [Corán 6:141]. Y de nuevo, Al-lah dice: {Coman y beban con mesura, porque Dios no ama a los derrochadores} [Corán 7:31]. Y en otra aleya dice Al-lah: {Da a los parientes lo que es su derecho, también al pobre y al viajero insolvente, pero no derroches, porque los que derrochan son hermanos de los demonios, y el demonio fue ingrato con su Señor} [Corán 17:26-27]. Aquí vemos que la raíz del desperdicio es la ingratitud: aquellos que responden a la maravillosa belleza y bondad de Al-lah con gratitud y asombro, están contentos aún con poco, mientras que los ingratos jamás están satisfechos, no importa cuánto tengan, por lo que se abandonan a sí mismos a un círculo cada vez más vicioso de consumo y desperdicio. Si la humanidad quiere sobrevivir, debe pasar del estado espiritual de ingratitud al de gratitud, y abandonar sus conductas derrochadoras, como insta el Corán.
La conservación de la comida y el agua
Junto con esta enseñanza coránica, la Sunnah (tradición profética) nos proporciona el mejor ejemplo de vivir en un estado de gratitud y evitar el derroche. El Profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, fue famoso por su cuidado en conservar y evitar el desperdicio. Él, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, era cuidadoso en no desperdiciar ni una migaja de comida, consumiendo hasta el último bocado de los utensilios para que no se desaprovechara. Él, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, exhortó a los creyentes a evitar usar más agua de la necesaria al realizar un acto de adoración, como la ablución. Si debemos evitar desperdiciar una gota de agua en nuestras abluciones, es aún más necesario que evitemos el desperdicio en actividades menos importantes.
Lamentablemente, la forma de vida dominante entre las personas acomodadas de todo el mundo, especialmente en Occidente, está marcada por un derroche y un desperdicio sorprendentes. Comemos más de lo que es bueno para nosotros, compramos cosas que no necesitamos, desechamos cosas que aún funcionan o pueden ser reparadas, adquirimos autos demasiado grandes y conducimos distancias cortas en lugar de caminar o andar en bicicleta, construimos casas más grandes de lo que necesitamos y las calentamos y enfriamos más allá de los estándares de comodidad. Derrochamos grandes cantidades de agua en mantener céspedes y campos de golf salpicados de herbicidas, etc. En la que puede ser la muestra más absurda de extravagancia en la historia de los Estados Unidos, estamos quemando combustibles fósiles a un ritmo que asegurará que nuestra economía, nuestro medio ambiente, o ambos, colapsen por completo en un futuro cercano. Esta forma de vida lunática, cuyos placeres y comodidades seductores disfrazan su locura total y su absoluta falta de sostenibilidad, no fue desarrollada por musulmanes.
Para ser fieles a nuestra religión, debemos cambiar nuestras costumbres y hacer un esfuerzo para conservar, educar y construir instituciones alternativas para mitigar y ayudar a hacerle frente al colapso económico ambiental, a preservar y fortalecer nuestras comunidades islámicas, y a pensar sobre cómo estas pueden ser útiles en la lucha para ayudar a la humanidad a ejercer una administración responsable sobre nuestro rincón de la creación.