Las grandes mujeres musulmanas crían grandes hijos
La mujer musulmana comprende su responsabilidad en la crianza de sus hijos, y tiene un brillante récord en producir e influenciar a grandes hombres, además de infundir nobles valores en sus corazones. No hay prueba mayor de esta afirmación, que el hecho de que mujeres inteligentes y brillantes han engendrado más hijos nobles que los hombres brillantes e inteligentes; tanto así, que difícilmente se encuentra alguno entre los grandes hombres de nuestra Ummah, que controlaron el curso de los acontecimientos en la historia, que no estuviera en deuda con su madre.
Az Zubair Ibn Al ‘Auam estuvo en deuda, por su grandeza, con su madre Safiah Bint ‘Abd Al Mutalib, quien infundió en él sus buenas cualidades y su distinguida naturaleza.
‘Abudllah, Al Mundhir y ‘Uruah, los hijos de Az-Zubair, fueron producto de los valores infundidos por su madre, Asma' Bint Abi Bakr, cada uno de ellos dejó su huella en la historia y alcanzó un elevado status.
‘Ali Ibn Abi Talib, que Al-lah Esté complacido con él, recibió sabiduría, virtudes y buen carácter de su distinguida madre Fatimah Bint Asad.
‘Abdullah Ibn Ya‘far, el maestro de la generosidad árabe y el más noble de sus líderes, perdió a su padre a temprana edad. No obstante, su madre Asma' Bint ‘Umais cuidó de él y le transmitió las virtudes y nobles características; gracias a lo cual, ella misma se convirtió en una de las grandes mujeres del Islam.
Mu‘auiah Ibn Abi Sufian heredó la fuerza de carácter y la inteligencia de su madre, Hind Bint ‘Utbah, no así de su padre, Abu Sufian. Cuando era una niña, ella advirtió que su hijo tenía características inteligentes y sobresalientes. Alguien le dijo lo siguiente: "Si él vive, llegará a ser líder de su pueblo". Ella respondió: "¡Que no viva si sólo llega a ser líder de su pueblo!"
Mu‘auiah, en cambio, fue incapaz de infundir su inteligencia, paciencia y habilidades en su propio hijo y heredero, Iazid, debido a que la madre del niño era una mujer beduina simple, con la cual se había casado sólo por su belleza y el rango de su tribu y familia.
El hermano de Mu‘auiah, Ziad Ibn Abi Sufian, quien fue un excelente ejemplo de inteligencia, astucia y perspicacia, fue similarmente incapaz de transmitir estas cualidades a su hijo ‘Ubaidullah, quien llegó a ser un gobernante torpe, impotente e ignorante. Su madre, Maryinah, fue una mujer que no poseía ninguna de las virtudes que pudieran darle derecho a ser la madre de un gran hombre.
La historia registra los nombres de dos grandes hombres de Banu Umaiah: el primero fue conocido por su fortaleza de carácter, capacidad, inteligencia, sabiduría y resolución; el segundo tomó el sendero de la justicia, la bondad, la piedad y la rectitud.
El primero era ‘Abd Al Malik Ibn Maruan, cuya madre fue ‘A’ishah Bint Al Mugirah Ibn Abi Al ‘As Ibn Umaiah, muy reconocida por la fortaleza de su carácter, determinación e inteligencia. El segundo era ‘Umar Ibn ‘Abd Al ‘Aziz, que Al-lah Esté complacido con él, el quinto de los Julafa' Ar-Rashidun (los Califas bien guiados), cuya madre fue Umm ‘Asim Bint ‘Asim Ibn ‘Umar Ibn Al Jatab, la de carácter más noble entre las mujeres de su tiempo. Su madre fue la honrada devota de Al-lah, a quien ‘Asim había visto como una mujer honesta y digna de confianza, y que claramente seguía el sendero recto. Anteriormente ya hemos visto que rehusó añadir agua a la leche, tal como su madre le había ordenado, porque sabía que Al-lah, Glorificado sea, podía percatarse de ello.
Si nos volvemos hacia Andalucía, encontraremos al brillante y ambicioso gobernante, ‘Abd Ar Rahman An-Nasir, quien habiendo comenzado su vida como un huérfano, procedió a establecer un estado islámico en Occidente, al cual los líderes y reyes de Europa se rendían y en cuyos institutos de enseñanza los eruditos y filósofos de todas las naciones venían a buscar conocimiento. Este gran estado hizo una gran contribución a la cultura islámica mundial. Si examináramos dónde reside el secreto de la grandeza de este hombre, encontraríamos que yace en la grandeza de su madre, quien supo cómo infundirle el espíritu dinámico de la ambición.
Durante el período de los Banu ‘Abbas (Abasíes), existían dos grandes mujeres, quienes implantaron las semillas de la ambición, la distinción y ascendencia en sus hijos. La primera fue la madre de Ya‘far Ibn Iahia, quien fue el uazir (visir) del Califa Harun Ar-Rashid. La segunda fue la madre del Imam Ash-Shafi‘i, quien nunca vio a su padre, pues falleció cuando todavía era una criatura, así que fue su madre quien cuidó de su educación.
Existen muchos otros ejemplos de brillantes mujeres en nuestra historia, mujeres que infundieron en sus hijos la nobleza de carácter y las semillas de la grandeza, permaneciendo a lado de ellos en todo lo que lograban alcanzar de poder y posición.
Utiliza los mejores métodos para educarlos
La mujer musulmana inteligente comprende la psicología de sus hijos y es consciente de sus diferencias en cuanto a sus actitudes e inclinaciones. Ella trata de conocer su inocente mundo e implantar las semillas de los valores nobles y las características meritorias, utilizando los mejores y más efectivos métodos de crianza.
La madre, naturalmente, está más cerca de sus hijos y se congracia con ellos para que sean sinceros y compartan sus pensamientos y sentimientos con ella. Se apresura a corregirlos y purificar sus pensamientos y sentimientos, teniendo en cuenta la edad del niño y su nivel mental. A veces juega y bromea con ellos, felicitándoles y hablándoles con palabras de amor, afecto, compasión y abnegación. De ese modo, el amor por ella se incrementará y así aceptarán sus palabras de guía y corrección obedientemente. Ellos obedecerán a su madre por el amor que le tienen, porque hay una gran diferencia entre la sincera obediencia que proviene del corazón, basada en el amor, el respeto y la confianza; y la falsa obediencia, basada en la opresión, la violencia, y la fuerza. La primera es una obediencia perdurable, fuerte y fructífera; mientras que la última, es infundada y superficial, y rápidamente se desvanecerá cuando la violencia y la crueldad alcancen niveles extremos.
Demuestra amor y afecto hacia sus hijos
La musulmana no ignora el hecho de que sus hijos necesitan su cálido regazo, su profundo amor y sincero afecto para desarrollarse saludablemente, sin ningún problema psicológico, crisis o complejo. Esta educación íntegra los llenará de optimismo, confianza, esperanza y ambición. De esta manera, la madre musulmana cautelosa manifiesta su amor y afecto por sus hijos en todo momento, colmando sus vidas con alegría y felicidad, y llenando sus corazones de confianza y seguridad.
La musulmana ruega a Al-lah por sus hijos
La mujer musulmana prudente no ruega en contra de sus propios hijos, acatando las palabras del Profeta, sallallahu ‘alayhi wa sallam, quien prohibió tales oraciones por temor a que éstas sean realizadas en un momento del día en que las oraciones son respondidas. Esto fue manifestado en el prolongado hadiz narrado por Yabir, en el cual el Profeta, sallallahu ‘alayhi wa sallam, dijo: "No imploréis contra vosotros mismos, o en contra de vuestros hijos, o en contra de vuestros bienes, por si acaso pronunciáis dichas palabras en un momento en que Al-lah, Glorificado sea, responde a vuestra plegaria". [Muslim]
El implorar en contra de nuestros propios hijos no es un buen hábito. Ninguna madre realiza esto en momentos de ira sin que se arrepienta más tarde, después de recobrar la calma. No es posible que una madre, que verdaderamente ha buscado la guía del Islam, pueda perder la cabeza y el equilibrio hasta el grado de llegar a pedir en contra de sus propios hijos, sin importar lo que hayan hecho. Tal mujer no se perdonará fácilmente por haber cometido eso, dejándose llevar sólo por la necedad y el arrebato.
Está alerta de todo lo que pueda tener influencia sobre sus hijos
La madre musulmana atenta, mantiene sus ojos bien abiertos ya que se preocupa por sus hijos. Ella sabe lo que están leyendo y escribiendo, los pasatiempos y las actividades a las que se dedican, los amigos que escogen, y los lugares donde van en su tiempo libre. Ella conoce todo esto sin que sus hijos sientan que los está vigilando. Si encuentra algo negativo en sus pasatiempos, sus materiales de lectura, etc., o si los ve vagando junto a amigos indeseables, o yendo a lugares inadecuados, o dedicándose a malos hábitos, tales como: fumar, o perder tiempo y energía en juegos ilícitos que los acostumbran a trivialidades, ella se apresura en corregir a sus hijos de una manera benévola y prudente, y, por otra parte, los persuade a volver al sendero recto. La madre está más capacitada para hacer esto que el padre, porque ella pasa mucho más tiempo en compañía de sus hijos, y ellos están más predispuestos a abrirse y a compartir sus pensamientos y sentimientos con ella que con su padre. De allí que se hace muy evidente que la madre tenga una gran responsabilidad en la educación apropiada de sus hijos y en la formación de su carácter de un modo íntegro, en conformidad con los principios, valores y tradiciones islámicas.
Cada bebé nace en un estado de fitrah (el estado de pureza y la inclinación a adorar a Al-lah), y son sus padres quienes lo convierten en judío, cristiano o zoroastra, como dijo el Profeta, sallallahu ‘alayhi wa sallam, en el hadiz sahih narrado por Al Bujari.
Es bien conocido el enorme impacto que los padres tienen sobre la personalidad y el desarrollo psicológico de sus hijos, desde los primeros años hasta alcanzar la edad del razonamiento.
Los libros que los niños deben leer abrirán sus mentes y formarán su personalidad para bien, brindándoles los más elevados ejemplos a seguir. Por el contrario, no deben servir para corromper sus mentes y extinguir la luz de la bondad de sus corazones.
Los pasatiempos deben servir para desarrollar aspectos positivos de la naturaleza de un niño y reforzar los buenos gustos, desalentando cualquier tendencia negativa.
Los amigos deben ser del tipo que los conduzca al Paraíso, no al Infierno. Ellos deben influenciar al niño de una manera positiva, para alentarlo a hacer el bien, esforzarlo a mejorarse y triunfar, y no deben arrastrarlo al pecado, a la desobediencia y al fracaso.
La verdadera madre musulmana presta atención a los libros de sus hijos, a sus revistas, sus pasatiempos, su rendimiento en la escuela, su relación con los profesores, el club en donde juegan, sus intereses mediáticos, y de todo lo que pueda tener un impacto sobre su personalidad, su mente, su alma y su fe. Ella interviene cuando es necesario, ya sea para alentarlo o para poner un límite en algo, para que la educación de los niños no se vea afectada por la corrupción o la enfermedad.
La educación fructífera de los hijos depende de una madre prevenida e inteligente, que comprenda su responsabilidad para con ellos. De este modo, realizará un buen trabajo en la crianza de sus hijos, que serán una dicha para sus padres y para la sociedad en su conjunto. Las familias que fracasan en educar adecuadamente a sus hijos, habitualmente lo hacen porque la madre no comprende la responsabilidad para con ellos, los desatiende, y éstos se vuelven una fuente de maldad y tormento para sus padres y otras personas. Los hijos no pueden convertirse en una fuente de maldad si sus padres, especialmente la madre, se percataron de su responsabilidad y la tomaron seriamente.
La madre musulmana inculca el buen comportamiento y la buena predisposición en sus hijos
La musulmana trata de infundir en los corazones de sus hijos las mejores cualidades como: amar a su prójimo, respetar a sus mayores, demostrar compasión hacia los pequeños, obtener satisfacción al hacer el bien, ser sincero de palabra y de hecho, cumplir las promesas, juzgar con equidad, y todas las demás buenas y loables características.
La musulmana prudente sabe cómo llegar a los corazones de sus hijos e infundir estas apreciables cualidades, utilizando el mejor y más efectivo de los métodos, es decir, estableciendo un buen ejemplo, condescendiendo a su nivel, tratándolos bien, alentándolos, aconsejándolos, corrigiéndolos, y siendo compasiva, amable, tolerante, cariñosa, justa, y todas las otras características elogiables. Ella es cortés sin ser demasiado indulgente, y es estricta sin ser severa. En consecuencia, los hijos reciben una educación y crianza adecuadas, creciendo con una mentalidad abierta, madura, correcta, sincera, benévola, altruista, y preparada para efectuar una contribución constructiva en todos los aspectos de la vida. No debería sorprendernos que la educación de la madre musulmana produzca los mejores resultados, al ser ella la primera escuela y la primera maestra, como un poeta declaró: " La madre es una escuela: si la preparas adecuadamente, prepararás a un pueblo entero de buen carácter; la madre es la primer maestra, la principal, y la mejor de todas las maestras".