“No es la propagación sino la permanencia de su religión lo que merece nuestro asombro, la misma pura y perfecta impresión que dejó grabada en Meca y Medina está preservada, después de las revoluciones proselitistas del Corán, durante 12 siglos, de los indios, los africanos y los turcos… Los mahometanos han soportado uniformemente la tentación de reducir el objeto de su fe y devoción a un nivel con los sentidos y la imaginación del hombre. ‘Creo en un Dios y Muhammad el Apóstol de Dios’, es la simple e invariable profesión de fe del Islam. La imagen intelectual de la Deidad nunca ha sido degradada por ningún ídolo visible; el honor del Profeta nunca ha transgredido los límites de la virtud humana, y sus preceptos de vida han moderado la gratitud de sus discípulos dentro de los límites de la razón y la religión”.
(Historia del Imperio Sarraceno, Londres, 1870, p. 54)