El caso de Anisah - I
{Tratad bien a vuestras mujeres en la convivencia. Y si algo de ellas os disgusta, es posible que Al-lah Haya decretado a pesar de esto un bien para vosotros.} [Corán 4:19]
Todas hemos tenido tiempos difíciles aceptando aquellas cosas que nos disgustan de nuestros esposos/as o tratando de encontrar algo bueno en esas cosas. Podemos estar cegados por nuestro propio egoísmo, avaricia y orgullo. Todos tenemos una historia, cada una con diferentes versiones y diferentes circunstancias, pero casi siempre encierran lo mismo una vez que llegamos al corazón del asunto. Muchas veces es mucho más fácil mirar la vida de alguien más para ver lo que necesita ser arreglado en la nuestra.
Anisah era una mujer de buenas maneras, con un carácter apacible y una naturaleza tolerante. Ella era el tipo de persona que siempre se encontraba solitaria en una esquina durante una fiesta de bodas. No era precisamente tímida, pero la mayor parte del tiempo lo parecía, a menos que alguien necesitara ayuda. Anisah amaba ayudar a otras personas más que cualquier otra cosa. Pero, en lo que respecta a su esposo, ella ayudaba mucho más a cualquier otra persona en lugar de prestarle más atención a él.
“¿Por qué ellos no pueden comprar sus propios alimentos? Yo trabajo para vivir; entonces, ¿por qué ellos no pueden encontrar un trabajo en alguna parte?”, su esposo Nidal gritó desde el garaje. Él estaba trabajando en la reparación de un convertible clásico Mustang 1958. Su voz se elevó tanto que el hombre al otro lado de la calle, quien estaba podando su césped, echó un vistazo por un momento. Avergonzada, Anisah hizo señas para que Nidal bajara su voz. Él murmuró para sí ante las señas de su esposa: “Oh, Al-lah, ¿qué haré con ella? ¡Esta mujer con quien me casé daría todo lo que tenemos si la dejara!” Nidal odiaba que su esposa estuviera dando siempre comida y su dinero ganado con esfuerzo a aquellos a quienes ella se refería como “los necesitados”. De acuerdo con Nidal, la única persona alrededor que necesitaba algo era él y solo él. Sí, él necesitaba todas las cosas que tenía. Él nunca tenía nada extra para dar a un manojo de mendigos perezosos, él era un mecánico que sudaba por cada dólar que ganaba. Sí, es verdad que tenía una exitosa cadena de 4 tiendas de artículos para mecánica y que abriría otra la siguiente primavera, pero él había trabajado para tener todo lo que tenía. Él amaba a su esposa por toda su dulzura, pero ella estaba desperdiciando su suerte por ser tan generosa. Después de todo, la generosidad debe comenzar en casa, ¿cierto? Y, ¿quién estaba en casa?... él. Después de todo, ¿quiénes eran esas personas “necesitadas”?, extraños, quienes, si él no hacía algo pronto, se lo comerían a él y a su casa.
Anisah fue a preparar las bolsas de alimentos y otras cosas necesarias para su viaje, ignorando los incesantes gruñidos de su esposo. Él siempre se quejaba, pero nunca le prohibía hacer lo que ella amaba. Ella lo llamaba su “trabajo”; él lo llamaba “dinero desperdiciado”. Nidal sabía que ciertamente ellos podían pagarlo; simplemente odiaba compartir su riqueza. Hoy, ella estaba yendo a visitar a algunos musulmanes que habían llegado de Etiopía un par de meses atrás. Una hermana llamada Farida había llamado para dar la dirección e información de la nueva familia y dijo que estaban pasando necesidad, y para colmo tenían 4 pequeños menores de 8 años. Aunque Anisah y Nidal siempre quisieron tener un hijo propio, ella no podía concebir. Después de muchos intentos fallidos ellos decidieron que esto era de Al-lah y resolvieron conformarse con su situación; Alhamdu lil-lah en toda circunstancia. Nidal siempre le insinuó que tal vez se casaría nuevamente, pero nunca lo hizo; en vez de eso, se sumergió en su trabajo manejando sus tiendas y Anisah en su trabajo voluntario.
Anisah había estado ayudando familias en su área por más de 5 años. Ella era constante y nunca pedía nada a cambio. Algunos de sus momentos más apreciados eran cuando las familias humildes insistían en que pasara solo para poder compartir lo poco que tenían con ella. Cuando pensaba en la generosidad de esas personas siempre lloraba. Ella sabía que era bendecida por tener un hogar con comida para comer y un esposo. Sabía cuán difícil era ser nuevo en un país extraño… conocía muy bien todo esto. Solo tenía 9 años cuando llegó a América para vivir con sus tíos. Venía de un país en guerra y había visto a mucha gente morir de inanición en campos de refugiados. Sus padres habían sido asesinados en un campo minado, y una mujer, a quien nunca antes había visto, la ayudó a salir del campo de refugiados para llevarla con su tía Aminah. Ella nunca olvidó la mano fuerte de la mujer extraña que la ayudó, la sonrisa en su rostro, el abrazo diciéndole que todo estaría bien y la dulce voz recordándole que confiara en Al-lah. Una completa extraña había hecho todo eso por ella sin siquiera saber su nombre. Ella había sido bendecida de tener la vida que tenía con Nidal y le agradecía a Al-lah cada día por ello.
Nidal, por otro lado, era hijo único, había sido criado con sirvientes y una madre que prestaba a tención a todos sus caprichos, era algo malcriado. Aunque su negocio de mecánica era muy productivo, nunca estaba satisfecho.