De todos los misterios cristianos, ninguno tiene un rango tan elevado como el concepto de la crucifixión de Cristo y su sacrificio expiatorio. De hecho, los cristianos basan su salvación en este principio de fe. ¿Y no deberíamos hacerlo todos, si realmente ocurrió?
Si es que realmente ocurrió.
Ahora bien, yo no sé a ustedes, pero a mí me suena muy bien el concepto de que Jesucristo fue sacrificado para expiar los pecados de la humanidad. ¿Y no debería ser así? Es decir, si podemos confiar en que alguien pagó por todos nuestros pecados, y que podemos ir al cielo sólo por ese concepto, ¿no deberíamos cerrar ese trato de inmediato?
Si es que realmente ocurrió.
Así que echemos un vistazo a esto. Se nos dice que Jesucristo fue crucificado. Pero igualmente se nos han dicho muchas cosas que después han resultado ser dudosas o incluso falsas, por lo que sería tranquilizador si pudiéramos verificar el hecho.
Así que preguntémosles a los testigos. Preguntémosles a los autores de los evangelios.
¡Ah, hay un problema! No sabemos quiénes son los autores de los evangelios. Este es un misterio cristiano menos popular (es decir, muchísimo menos popular), el hecho de que todos, los cuatro, evangelios del Nuevo Testamento son anónimos1. Nadie sabe quién los escribió. Graham Stanton nos dice: “Los evangelios, a diferencia de la mayoría de los escritos grecorromanos, son anónimos. Los títulos familiares que dan el nombre de un autor (Evangelio Según…) no son parte de los manuscritos originales, sino que fueron agregados a comienzos del siglo II”2.
¿Agregados en el siglo II? ¿Por quién? Lo creas o no, también por un anónimo.
Pero olvidemos todo eso. Después de todo, los cuatro evangelios son parte de la Biblia, por lo tanto, debemos respetarlos como Escritura, ¿verdad?
¿No es cierto?
Bueno, tal vez no. Después de todo, el Diccionario de la Biblia para el Intérprete declara: “Es seguro decir que no hay una sola frase en el Nuevo Testamento en la que la traducción de manuscritos sea completamente uniforme”3. Esto, en adición a las ya famosas palabras de Bart D. Ehrman: “Posiblemente es más fácil poner el tema en términos comparativos: Existen más diferencias en nuestros manuscritos que las palabras que hay en el Nuevo Testamento”4.
Sorprendente. Es difícil de imaginar. Por una parte, tenemos a Mateo, Marcos, Lucas y Juan diciéndonos… Oh, perdón. Quiero decir, tenemos a Anónimo, Anónimo, Anónimo y Anónimo diciéndonos… ¿Diciéndonos qué? ¿Qué es lo que nos dicen? ¿Acaso ellos pueden siquiera ponerse de acuerdo en lo que Jesús usó, bebió o incluso dijo? Después de todo, Mateo 27:28 nos dice que los romanos vistieron a Jesús con un manto escarlata. Juan 19:2 dice que era púrpura. Mateo 27:34 dice que los Romanos le dieron a Jesús vino mezclado con hiel amarga. Marcos 15:23 dice que estaba mezclado con mirra. Marcos 15:25 nos dice que Jesús fue crucificado antes de la tercera hora, pero Juan 19:14-15 dice que fue “alrededor de la sexta hora”. Lucas 23:46 dice que las últimas palabras de Jesús fueron: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu”, pero Juan 19:30 dice que fueron: “¡Está consumado!”
Ahora, espera un minuto. Los seguidores rectos de Jesús se habrían aferrado a su palabra. Por otro lado, Marcos 14:50 nos dice que los discípulos abandonaron a Jesús en el jardín de Getsemaní. Pero, bueno, algunas personas —no los discípulos, supongo, sino otras personas (anónimas, por supuesto)— se aferraron a su palabra, esperando algunas palabras de sabiduría como despedida, y escucharon… ¿cosas distintas?
Lo creas o no, después de este punto, los relatos del evangelio se hacen aún más inconsistentes.
Después de la supuesta resurrección, difícilmente encontramos un solo tema en el que los cuatro evangelios (Mateo 28, Marcos 16, Lucas 24, y Juan 20) coincidan. Por ejemplo:
¿Quién fue a la tumba?
Mateo: “María Magdalena y la otra María”.
Marcos: “María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé”.
Lucas: “María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas”.
Juan: “María Magdalena”.
¿Por qué fueron a la tumba?
Mateo: “A ver el sepulcro”.
Marcos: “Compraron especias aromáticas para ir a ungirle”.
Lucas: “Trayendo las especias aromáticas que habían preparado”.
Juan: No da razón alguna.
¿Hubo un terremoto (algo que nadie en la zona podría haberse perdido o haber olvidado)?
Mateo: Sí.
Marcos: No lo menciona.
Lucas: No lo menciona.
Juan: No lo menciona.
¿Bajó un ángel? (Es decir, por favor, ¿un ángel? ¿Debemos creer que tres de ustedes de algún modo se perdieron esta parte?)
Mateo: Sí.
Marcos: No lo menciona.
Lucas: No lo menciona.
Juan: No lo menciona.
¿Quién movió la piedra?
Mateo: El ángel (aquel al que los otros tres anónimos no vieron.)
Marcos: No dice.
Lucas: No dice.
Juan: No dice.
¿Quién estaba en la tumba?
Mateo: “Un ángel”.
Marcos: “Un joven”.
Lucas: “Dos hombres”.
Juan: “Dos ángeles”.
¿Dónde estaban?
Mateo: El ángel estaba sentado sobre una piedra, fuera de la tumba.
Marcos: El joven estaba dentro de la tumba, “sentado al lado derecho”.
Lucas: Los dos hombres estaban dentro de la tumba, y permanecieron al lado de ellas.
Juan: Los dos ángeles estaban “sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto”.
¿Por quién y dónde fue visto Jesús por primera vez?
Mateo: María Magdalena y la “otra María”, cuando iban camino a contarles a los discípulos.
Marcos: Sólo María Magdalena, no dice dónde.
Lucas: Dos de los discípulos, camino a “a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén”.
Juan: María Magdalena, fuera de la tumba.
Entonces, ¿a dónde nos lleva esto, sino a preguntarnos qué idea de Escritura es esta?
Pero, bueno, los cristianos dicen que Jesús tuvo que morir por nuestros pecados. Una típica conversación al respecto, podría ser algo como esto:
Monoteísta: ¡Oh! ¿Entonces crees que Dios murió?
Trinitario: No, no, Dios nos libre. Sólo el hombre murió.
Monoteísta: En ese caso, no era necesario que el sacrificado fuera divino, puesto que sólo la parte humana murió.
Trinitario: No, no, no. Murió la parte humana, pero Jesús/Dios tenía que sufrir en la cruz para expiar nuestros pecados.
Monoteísta: ¿Qué quieres decir con “tenía”? Dios no “tiene que” nada.
Trinitario: Dios necesitaba un sacrificio y un humano no bastaba. Dios necesitaba un sacrificio lo suficientemente grande para expiar los pecados de la humanidad, así que envió a Su hijo unigénito.
Monoteísta: Entonces tenemos un concepto distinto de Dios. El Dios en el que yo creo no tiene necesidades. A mi Dios nunca le ocurre que quiera hacer algo pero no pueda porque necesita algo para hacerlo posible. Mi Dios nunca dice: “Oye, quiero hacer esto pero no puedo. Primero necesito conseguir algo. Veamos, ¿dónde puedo hallarlo?” En este escenario, Dios sería dependiente de una entidad que pudiera satisfacer Sus necesidades. En otras palabras, Dios tendría que tener a un dios mayor. Para un monoteísta estricto esto no es posible, puesto que Dios es Uno, Supremo, Autosuficiente, la fuente de toda la creación. La humanidad tiene necesidades, Dios no. Nosotros necesitamos Su guía, misericordia y perdón, pero Él no necesita nada a cambio. Él puede desear la servidumbre y la adoración, pero no las necesita.
Trinitario: Pero este es el punto: Dios nos dice que Lo adoremos, y nosotros lo hacemos a través de la oración. Pero Dios es puro y sagrado, y los humanos somos pecadores. No podemos acercarnos directamente a Dios debido a la impureza de nuestros pecados. Por ello, necesitamos un intercesor para orar a través suyo.
Monoteísta: Pregunta: ¿Jesús pecó?
Trinitario: No, fue libre de pecado.
Monoteísta: ¿Qué tan puro fue?
Trinitario: ¿Jesús? 100% puro. Él era Dios/Hijo de Dios, de modo que era 100% santo.
Monoteísta: Pero, entonces, no nos podemos acercar a Jesús más de lo que podemos acercarnos a Dios, según tu criterio. Tu premisa es que la humanidad no puede rezarle directamente a Dios debido a la incompatibilidad entre el hombre pecador y la pureza de cualquiera que sea 100% santo. Si Jesús fue 100% santo, entonces él no es más accesible que Dios. Por otra parte, si Jesús no era 100% santo, entonces él mismo estaba contaminado y no podía acercarse directamente a Dios, mucho menos ser Dios, el Hijo de Dios o asociarse con Dios.
Una analogía similar podría ser ir a conocer a un hombre supremamente justo, la persona viva más santa, con santidad irradiando de su ser, saliendo de sus poros. De modo que vamos a verlo, pero se nos dice que el “santo” no está de acuerdo en reunirse con nosotros. De hecho, no puede soportar estar en la misma habitación con un mortal contaminado por el pecado. Podemos hablar con su recepcionista, pero, ¿con el mismísimo santo? ¡Ni pensarlo! Él es demasiado sagrado para sentarse con nosotros, seres inferiores. Entonces, ¿qué pensamos ahora? ¿Él nos parece un santo o un loco?
El sentido común nos dice que la gente santa es accesible —mientras más santo, más accesible—. De modo que, ¿por qué la humanidad necesita un intermediario entre nosotros y Dios? ¿Y por qué Dios exige el sacrificio de quien los cristianos proponen que es “el hijo unigénito de Dios” cuando, según Oseas 6:6, “misericordia quiero, y no sacrificio”? Esta lección fue digna de dos menciones en el Nuevo Testamento, la primera en Mateo 9:13, la segunda en 12:7. ¿Por qué, entonces, el clero enseña que Jesús tenía que ser sacrificado? Y si él fue enviado para ese propósito, ¿por qué suplicó ser salvado?
Quizás la súplica de Jesús se explica en Hebreos 5:7, donde se declara que debido a que Jesús era un hombre recto, Dios respondió su súplica de ser salvado de la muerte: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7, Reina-Valera 1960). Ahora, ¿qué significa que Dios escuchó su súplica”? ¿Que Dios lo escuchó fuerte y claro y lo ignoró? No, significa que Dios respondió su súplica. En verdad, no puede significar que Dios escuchó y rechazó la súplica, porque entonces la frase “a causa de su temor reverente” no tendría sentido como parte de la frase “Dios escuchó su súplica y la rechazó a causa de su temor reverente”.
Entonces, ¿esto no sugiere que Jesús pudo no haber sido crucificado en primer lugar?
Retrocedamos y preguntémonos: ¿Por qué tenemos que creer para ser salvos? Por un lado, el pecado original se considera vinculante, sea que creamos o no en él. Por otro lado, la salvación está condicionada a la aceptación (es decir, a la creencia) en la crucifixión y la expiación de Jesús. En el primer caso, la creencia se considera irrelevante; en el segundo, se requiere. Surge la pregunta: “¿Jesús pagó o no el precio?” Si él pagó el precio, entonces nuestros pecados están perdonados, sea que lo creamos o no. Si él no pagó el precio, entonces no importa de cualquier modo. Por último, el perdón no tiene precio. Una persona no puede perdonarle las deudas a otra y aun así exigir un pago. El argumento de que Dios perdona, pero sólo si se le da un sacrificio que Él mismo dice que no desea en primer lugar (véase Oseas 6:6 y Mateo 9:13 y 12:7), derrapa y da volteretas por la autopista del análisis racional. Entonces, ¿de dónde proviene esta fórmula? Según las Escrituras (las mencionadas escrituras anónimas que carecen de uniformidad manuscrita): no de Jesús. Además, la fórmula cristiana para la salvación depende de la noción de pecado original, y debemos preguntarnos por qué tenemos que creer en tal concepto, si no podemos justificar el resto de la fórmula cristiana.
Pero esa es una cuestión distinta.
Firma,
Anónimo (es broma).
Por: Laurence B. Brown, MD
Fuente: islamreligion.com
----------------------
1- Ehrman, Bart D. Lost Christianities [Cristiandades Perdidas]. p. 3, 235. Véase también Ehrman, Bart D. The New Testament: A Historical Introduction to the Early Christian Writings [El Nuevo Testamento: Introducción Histórica a los Primeros Escritos Cristianos]. p. 49.
2- Stanton, Graham N. p. 19.
3- Buttrick, George Arthur (Ed.). The Interpreter’s Dictionary of the Bible [Diccionario de la Biblia para el Intérprete]. Volumen 4. Nashville: Abingdon Press. 1962 (Impreso en 1996). pp. 594-595 (bajo la entrada: NT).
4- Ibíd., The New Testament: A Historical Introduction to the Early Christian Writings [El Nuevo Testamento: Introducción Histórica a los Escritos Cristianos Tempranos]. p. 12.