Había una comunidad pequeña en un área aislada. Débil e indefensa, la gente de esta comunidad vivía con temor y ansiedad, porque eran implacablemente atacados por una banda de bandidos.
Nosotros apenas podemos imaginar su temor. Es el temor de la persona indefensa enfrentando a un fuerte y despiadado abusador. Estos bandidos conocían sólo una ley, la ley de la selva. Como bestias, no seguían ningún código de éticas, excepto su propia hambre y lujuria. Cualquiera a quien ellos pudieran someter era un blanco seguro.
Aunque la comunidad vivía en el desierto, antes de que esta banda llegara, ellos disfrutaban de paz y seguridad suficientes para prosperar. Pero ahora estaban siendo despojados de sus vidas, su libertad y su dignidad. Desesperados elevaron un grito de auxilio.
Uno de los jefes de la región escuchó el llamado de auxilio y decidió responderlo, así organizó un ejército de hombres que él mismo dirigió para acabar con estos abusos y opresión. La noticia de esta movilización se difundió rápido, y pronto llegó a oídos de los bandidos, lo que los forzó a huir y a buscar refugio en los alrededores de las montañas. Se escondieron entre los picos más altos que pudieron encontrar esperando salvarse. Ellos sabían muy bien que podían encontrar su destino en ese mismo lugar donde se estaban escondiendo, pero esperaban por lo menos poder sacar las fuerzas necesarias y emboscar a sus persecutores.
Cuando llegaron estas fuerzas de ayuda, se apostaron en una montaña cercana que les aseguraría una posición estratégica. Pero se habían encontrado con que la banda había escapado. Al poco tiempo de su arribo una tormenta los alcanzo, inundando los valles cerca de la montaña. El líder del ejército se empapó hasta los huesos. Después de que la tormenta había pasado, buscó un lugar dónde poder quitarse la ropa para dejarla secar. Encontró un árbol, se quitó su ropa y la colgó en una rama para que se secara. Se sentó debajo del árbol para descansar del fatigoso trayecto. Tanta era la fatiga que cayó rendido y se entregó al sueño.
Uno de los bandidos estaba observando todo esto con interés, y se dijo a sí mismo: “Esta es una oportunidad excelente para dominar al líder mientras duerme. Y de esta manera nadie se opondrá en nuestro camino”. Se bajó de la montaña, cruzó a hurtadillas y con mucho sigilo el valle, hasta llegar al árbol bajo el cual el líder se encontraba durmiendo. Se acercó poco a poco, vio que a su lado estaba la espada, así que mirando a su alrededor se aseguró de que nadie lo estuviera viendo y tomó la espada, la empuño y amenazó con ella al líder.
El bandido, jactándose por su proeza, exclamó: “¿Quien te salvará de mí ahora?”
El líder se despertó con estas palabras y se encontró con el bandido parado, amenazándolo arriba de su cabeza y con espada en mano. Se dio cuenta inmediatamente de que el bandido ceñudo lo había desarmado y lo estaba amenazando de muerte. Imagínense la situación, ¿qué podríamos hacer?
El líder mantuvo su compostura, se levantó y muy calmadamente después de escuchar las amenazas del bandido, y le respondió: “Al-lah me salvará” .
El bandido sintió un escalofrío en su cuerpo y debajo de su brazo, tan fuerte fue que soltó la espada. El líder aprovechó la oportunidad para recuperar su arma, la cual dirigió amenazadoramente a su agresor y le hizo la misma pregunta que este le había hecho: “¿Quien te salvará de mí ahora?” .
Imagínate que te encuentras en la posición del líder. ¿Qué harías con el bandido? ¿Crees que tu estado mental te daría alguna oportunidad de pensar antes de actuar? ¿Crees que alguien te reprocharía por quitarle la vida, ya que te estarías defendiendo?
Sin embargo, este líder tenía un fuerte y magnánimo corazón, tan grande que no conocía el rencor ni la venganza. Él consideraba el rencor como un signo de debilidad. Imagínate que el líder no solamente perdonó al bandido sino que también le ofreció la oportunidad de unirse ellos. Sin embargo, este malhechor rechazó toscamente la propuesta que le hizo. Y pese a esto el líder no perdió los estribos y simplemente le dijo: “Entonces vete. Tú sabes el camino” .
El bandido comenzó a alejarse apresuradamente, pero luego paró y dijo: “Yo no pelearé en contra de ti ni tampoco me uniré a ningún grupo que pelea contigo”. Esto, en y por sí mismo, era un resultado suficientemente aceptable. El malhechor fuertemente impactado por lo que paso regresó a su banda y les contó todo lo que había pasado y lo afortunado que era de estar vivo.
Este líder no era otro más que el mismísimo Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, la persona que muchos insensatos califican de inhumano y asesino. Ahí está la respuesta.