¿Cuántas veces le ha dicho usted a sus hijos que se cambien la ropa, cepillen sus dientes, hagan su tarea, o algo similar?...No se puede dar una respuesta a esta pregunta, ya que no podemos precisar la cantidad de veces que les hemos pedido a nuestros hijos que hagan alguna cosa.
Para la mayoría de nosotros, es una parte normal de nuestra vida diaria. Pedimos, pedimos y pedimos, y si tenemos suerte, nuestros hijos cooperan después de la cuarta petición, o después de un ruidoso pero inofensivo regaño. Nos quejamos de que nuestros hijos nunca nos escuchan; preguntamos a otras madres cómo ellas logran que sus hijos se comporten, que coman sus vegetales, o que se vayan a dormir. Consultamos libros y sitios de Internet todo el tiempo, que hablan sobre la educación de los hijos, la disciplina y otras técnicas de crianza de los hijos. Y nuestros hijos siguen sin escucharnos.
Sin embargo, ellos observan. Mientras les estamos gritando, ellos nos están observando; mientras discutimos con nuestros esposos, ellos están observando; cuando proferimos maldiciones llevadas por nuestra rabia, ellos están observando; e incluso cuando hablamos por teléfono con nuestras amistades, ellos nos están observando. Si usted tiene niños pequeños, ya está empezando a ver esto. Usted los ve mantener animadas conversaciones con sus teléfonos celulares de juguete. Ellos caminan alrededor de la casa con sus cabezas levantada, sosteniendo sus celulares con luces de colores. Sí, nuestros niños están observando cada uno de nuestros movimientos, incluso cuando no escuchan una sola palabra.
Las lecciones que ellos aprenden
La verdad es que no debemos preocuparnos por el hecho de que nuestros hijos nunca nos escuchan. Más bien, debemos estar preocupados por el hecho de que siempre nos están observando. Eso es verdad. Cuando les decimos a nuestros hijos que recojan sus juguetes, ellos no escuchan; levantamos nuestra voz, y ellos nos siguen ignorando. Entonces, nos ponemos furiosos y gritamos, y ellos hacen un berrinche o tienen un ataque de llanto; pero no sin antes haber tomado nota, cuidadosamente, de nuestras acciones. De hecho, cada vez que les decimos a nuestros hijos que hagan algo, les estamos enseñando una lección; les estamos diciendo que hagan una cosa, pero realmente les estamos mostrando cómo hacer algo más. Cuando les gritamos enfadados, les estamos mostrando cómo hacer que alguien nos escuche. Cuando lanzamos los juguetes dentro de la caja o los pateamos para apartarlos del camino mientras los señalamos con el dedo, les estamos mostrado cómo demostrar su ira.
Piense en cuando está en el coche llevando a sus hijos al colegio por la mañana. Un conductor apresurado le corta el paso y usted lo desvía para evitar golpearlo; entonces le grita “¡retrasado mental!”, luego lo ignora y silenciosamente agradece a Al-lah porque no pasó nada. Sus hijos, en la parte de atrás, ven lo que pasó. En esas situaciones, raras veces les explicamos que el otro conductor cometió el error de cambar de carril sin hacer la señalización debida, o dando la vuelta hacia la derecha como hacemos al cruzar una luz verde; sino que, más bien, les mostramos cómo manejar esas situaciones: maldiciendo y quejándonos.
Las lecciones que queremos enseñar
Es casi imposible manejar todas las situaciones cotidianas de una manera beneficiosa para enseñarles lecciones a nuestros hijos; pero si estamos atentos a las oportunidades (y a los peligros inminentes) de tales situaciones, al menos podremos aprovechar al máximo tantas situaciones como sea posible. Por ejemplo, sabemos que el disciplinar a nuestros hijos es uno de los mayores desafíos de cada día; durante el transcurso de un día trabajando en la disciplina, nos encontramos a nosotros mismos gritando, enojándonos, regañando, y a menudo arrepentidos por palabras o sentimientos causados por la ira. Si tan sólo pudiésemos vernos a nosotros mismos de la manera en que probablemente lo hacen nuestros niños, aprenderíamos, sin duda, una o dos lecciones.
Bueno, obviamente no podemos vernos a nosotros mismos, y muy rara vez podemos detenernos en medio del calor del momento y de la cólera; pero podemos prepararnos para esos momentos. Si podemos decidir con anticipación lo que queremos enseñar a nuestros hijos, podemos crear un tipo plan de juego para las diferentes situaciones. Por ejemplo, queremos que nuestros hijos aprendan que no tienen que gritar para ser escuchados. Así, la próxima vez que le pida a su hijo que recoja las piezas de su rompecabezas y se prepare para cenar, prepárese. Si usted quiere que él comprenda que debe escuchar y obedecer, entonces imagine una manera de conseguir que escuche. Dígale que le mire o siéntese en el suelo y comience a mostrarle cómo recoger las piezas y ponerlas en la caja. Haga cualquier cosa pero no le grite ni lo regañe.
Las lecciones que aprendemos
Si hacemos un esfuerzo consciente para recordar que nuestros niños nos están observando, esto nos mantendrá bajo control. Cuidaremos nuestros modales, hablaremos más calmadamente, controlaremos nuestras emociones, y, finalmente, veremos que a causa de que nuestros hijos nos están observando, comenzaremos a comportarnos de la manera en que queremos que ellos se comporten. En otras palabras, es un círculo que eventualmente entrena a los padres y a los hijos para una buena conducta y control emocional. Si somos conscientes de que nuestros hijos están observando cada uno de nuestros movimientos, estaremos atentos a nuestra conducta para dar el ejemplo con ella. Así, nuestros niños imitarán esa buena conducta y todos saldremos beneficiados.
El hacer promesas es uno de los temas que causan situaciones problemáticas para los padres a la hora de moldear el buen comportamiento. Los padres, de todas partes del mundo, tienen sus propias formas de hacer, cumplir y romper sus promesas. Es muy fácil hacer promesas, y es aún más fácil romperlas. Muchas veces los padres hacen promesas impulsivamente y más tarde se dan cuenta que no cumplieron su palabra, a veces incluso olvidan completamente que alguna vez hicieron la promesa. ¿Cuántas veces no le ha dicho a su hijo “Sí, sí, in sha Al-lah (con el permiso de Al-lah), pronto te voy a dar lo que me pides”, sólo para mantener a su hijo tranquilo? En el momento en que las palabras salen de sus labios, usted debe considerar esa promesa como grabada sobre una roca. Si usted le promete a un niño un premio/juguete/viaje, él nunca olvidará esa promesa y no dejará que usted la olvide. De hecho, lastimosamente, muchos niños hacen un gesto de incredulidad cuando escuchan decir a sus padres “in sha Al-lah”, por temor a que esas palabras en realidad signifiquen “tal vez” o “sí, claro”, o un simple “no”.
En gran medida nuestra conducta depende de nuestras intenciones. Si usted realmente pretende darle a su hijo ese juguete, entonces asegúrele que lo hará; pero si usted no planea comprarlo, entonces sea honesto. Una promesa deshonesta puede hacer que usted consiga unos minutos de tranquilidad cuando está de compras, por ejemplo; pero al final causará que su hijo desconfíe seriamente de usted. Manejar a sus hijos con falsas promesas una un método garantizado de mostrar una conducta que su hijo jamás olvidará y probablemente la imite en su vida adulta.
En esencia, estamos diseñando el futuro de nuestros hijos con nuestra propia conducta. ¿Por qué perpetuar en nuestros hijos conductas que por nosotros mismos no deber ser consentidas? Debemos recordar que nuestros hijos no sólo nos están observando, sino que están aprendiendo de nosotros; esto debe ser una razón suficiente para cambiar nuestra conducta antes de quede grabado para las generaciones venideras.