El mes de Ramadán está hecho divinamente para la autorreflexión y el autoexamen. Junto con la experiencia de dominio del alma, el autocontrol y el retraso en la gratificación hallado en el ayuno, tenemos la oportunidad de probar nuestras mentes y corazones de forma profunda. Esta búsqueda del alma puede incluir una mirada a “mi relación con Al-lah”, “mi relación conmigo mismo” y “mi relación con los demás”, en especial con mis familiares.
Pero Ramadán se trata, sobre todo, de nosotros mismos. De modo que una de las preguntas más pertinentes que podemos hacernos a nosotros mismos en estos días de profunda dedicación y renovación espiritual es esta: ¿Cómo podemos orientar a nuestros hijos hacia una relación más estrecha con Al-lah, y cómo podemos facilitarles una mayor entrega y amor hacia Él?
Mi experiencia en el asesoramiento de numerosas familias me ha dado una idea de algunas respuestas.
Pero comencemos con Omar ibn Al Jattab. Un padre se le acercó cuando era Califa y se quejó de que su hijo no lo respetaba ni le obedecía. Omar lo escuchó pacientemente y luego envió un mensajero a que trajera al hijo. Omar se reunió con el muchacho a solas y le preguntó sobre las quejas de su padre, y lloró al escuchar al muchacho. Luego habló en privado con el padre, que esperaba escuchar que el Califa había reprendido a su hijo y lo había enderezado respecto al mandato islámico de respetar a los padres. Omar le pidió al hijo que los dejara solos.
Lo que le dijo al padre puede que te sorprenda. Le dijo que no esperara que su hijo lo respetara y fuera obediente porque él, como padre, no respetaba a su hijo ni cumplía sus deberes para con él. Esto había quedado claro durante la conversación de Omar con el muchacho.
Unos 1.400 años después, un hombre llamado Sal Severe escribió un libro llamado How to Behave so Your Children Will Too (cómo comportarse para que sus hijos lo hagan también). El título lo dice todo, ¿no? Cuando los hijos de Sal eran pequeños, dice, se dio cuenta de que la forma en que se comportaban con él estaba muy determinada por cómo él se comportaba con ellos y con los demás. Durante los muchos años en que he asesorado familias, he llegado a la conclusión de que pasar una hora con los padres es más efectivo para ayudar a un niño problemático, que dedicarle tiempo al niño mismo.
Entonces, ¿no es imperativo para nosotros como padres cambiar nosotros mismos, si hay cosas en nuestro comportamiento que impactan negativamente el ambiente en casa y en la dinámica entre los miembros de la familia?
Sin embargo, es común que los padres vengan a mi consultorio esperando que el consejero haga milagros con su hijo problemático, y de alguna manera “arregle” a su hijo.
Y cuando les sugiero a los padres que hay cosas sobre las que ellos también deben trabajar en sus propias almas, algunos de ellos se ofenden e insisten en que el problema es el niño, no ellos. Me pregunto si el padre que llevó a su hijo ante Omar respondió de la misma forma cuando el Califa le dijo que no esperara que su hijo lo respetara ya que él no respetaba su hijo.
Es muy fácil para nosotros como padres autoengañarnos pensando que estamos bien como estamos, y que son nuestros hijos los que tienen que cambiar. De ningún modo pretendo acusar a los padres o hacer que se sientan culpables.
El hecho es que ninguno de nosotros es perfecto en la crianza de los hijos. Cometemos numerosos errores y haríamos bien si examináramos continuamente lo que hacemos y cómo lo hacemos. Esto es parte del proceso en curso, del proceso permanente de transformarnos a nosotros mismos. Y de hecho, nuestros niños se benefician al ver que también fallamos, que lidiamos con nuestros propios defectos, y que a pesar de todo mantenemos el compromiso con el crecimiento y el cambio personal. Nuestros niños verán que también experimentarán ese viaje humano y que cada error cometido es una oportunidad para aprender y crecer, y en este proceso –si es nuestra intención– luchar por una mayor pureza de nuestro corazón y por una mayor cercanía con Al-lah.
El punto es que Al-lah no nos pide que seamos perfectos. Se nos ha ordenado, sin embargo, comprometernos con el proceso de purificar nuestros corazones, de transformarnos a nosotros mismos, de profundizar nuestro conocimiento de nuestro ego a diario. Tenemos que mostrarles a nuestros hijos este proceso como algo fascinante, alegre y gratificante, y –he aquí el punto– ¡sólo podemos hacerlo si lo vivimos de esa manera! Se trata de una realidad profunda que encontramos en cada instante modelando las creencias, actitudes, valores, prioridades y comportamientos de nuestros hijos, que dicen mucho de nuestras propias vidas espirituales y sientan las bases de la vida espiritual de ellos.