Algunos actos de significativa devoción:
1. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, sugirió a sus Compañeros que preservaran las vidas de Banu Hashim, debido a que habían salido sin desearlo junto a los politeístas para no ser censurados. Entre ellos estaba Al ‘Abbas bin ‘Abdul Muttalib y Abu Bujtari bin Hisham. Les ordenó a los musulmanes que los capturaran pero que no los mataran. Abu Hudhaifah bin ‘Utbah se sorprendió y dijo: “¿Matamos a nuestros padres, hijos, hermanos y miembros de nuestro clan, y debemos separar a Al ‘Abbas? ¡Por Al-lah! Si lo veo lo mataré con mi espada”. Al escuchar sus palabras, el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le dijo a 'Umar bin Al Jattab: “¿Es bueno que el rostro del tío del Mensajero sea golpeado con la espada?”[1].'Umar se indignó e intentó matar a Abu Hudhaifah; este último dijo que sintió miedo y que pensó que sólo el martirio podría expiar su error. Murió años más tarde durante los acontecimientos de Al Iamamah
3. Cuando finalizó la batalla, los musulmanes empezaron a tomar prisioneros a algunos incrédulos. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, miró el rostro de Sa‘d bin Mu‘adh, el jefe de la guardia del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y comprendió que detestaba tenerlos como prisioneros. Sa‘d estaba de acuerdo con lo que el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, dijo y agregó que era la primera victoria para los musulmanes sobre las fuerzas del politeísmo, y que prefería matarlos en vez de dejarlos con vida.
4. En el día de Bader, la espada de ‘Ukashah bin Mihsan Al Asdi se quebró, entonces, el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le dio un tronco de madera que sacudió e inmediatamente se convirtió en una formidable espada blanca. ‘Ukashah siguió usando esa misma espada en la mayoría de las conquistas Islámicas, hasta que murió durante las guerras de los apóstatas.
5. Cuando las actividades bélicas habían finalizado, Mus‘ab bin ‘Umair Al ‘Abdari vio a su hermano, que todavía era politeísta, capturado por un ansari. Mus‘ab le recomendó al ansarí que pidiera una gran suma debido a que la madre era lo suficientemente rica como para liberarlo. ‘Abu ‘Aziz, el hermano de Mus‘ab, intentó beneficiarse de la relación de parentesco que lo unía a su hermano, pero Mus‘ab respondió con firmeza que el ansari era más merecedor de la hermandad que él.
6. Cuando el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, ordenó que los cadáveres de los politeístas fueran abandonados en un valle vacío, Abu Hudhaifah bin ‘Utbah miró con nostalgia a su padre muerto que había peleado del lado de los politeístas. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, notó eso y le preguntó el motivo de su tristeza. Hudhaifah le dijo que no tenía la menor duda de que su padre se encontraría con su destino, pero hubiese preferido que abrazara el Islam, por eso estaba entristecido. Entonces, el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le susurró en sus oídos palabras de consuelo.
Las consecuencias de la batalla fueron, como las mencionamos anteriormente, una deshonrosa derrota para los incrédulos y una manifiesta victoria para los musulmanes. Solamente catorce musulmanes murieron, seis pertenecientes a los Muhayirun y ocho a los Ansar. Los incrédulos sufrieron grandes pérdidas, setenta murieron y un número similar fue tomado prisionero. Muchos de los hombres importantes de La Meca, y algunos de los más duros oponentes de Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, también se contaban entre los caídos. El jefe de estos era Abu Yahel.
En el tercer día, el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, salió para ver los cadáveres de los politeístas y dijo: “Qué gente malvada que fuisteis por haber maltratado a vuestro Profeta: no creísteis en mí, mientras que los demás sí creyeron; me dejasteis abandonado, mientras que los demás me socorrieron; me echasteis, mientras que los demás me dieron asilo”.
Se paró cerca de los cuerpos de 24 líderes de Quraish que habían sido arrojados en un valle, y los empezó a llamar uno por uno con sus nombres y los nombres de sus padres, y dijo: “¿No hubiese sido mejor para vosotros haber obedecido a Al-lah y a Su Mensajero? Hemos visto que la promesa de nuestro Señor es verdadera; ¿vosotros hallasteis la promesa de vuestro Señor verdadera?” Entonces, 'Umar bin Al Jattab dijo: “¡Oh, Mensajero de Al-lah! ¿Por qué le hablas a cuerpos que no tienen almas?” El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le respondió: “¡Por Aquel que tiene en Sus manos el alma de Muhammad! Vosotros no oís mejor que ellos lo que estoy diciendo”.
La reacción en La Meca:
Los politeístas, habiendo recibido una gran lección y habiendo sufrido una gran derrota, huyeron en desorden y avergonzados a los montes de La Meca para evitar ver a su gente.
Ibn Ishaq, relató que el primer anunciante de las malas noticias fue Al Haisaman bin ‘Abdullah Al Juza‘i. Les informó de cómo sus líderes habían muerto. La gente al principio no le creyó y pensaron que se había vuelto loco; pero, una vez que las noticias fueron confirmadas, un gran desconcierto envolvió a toda La Meca. Abu Sufian bin Al Hariz le dio a Abu Lahab una detallada información de la masacre y de los desagradables acontecimientos, poniendo énfasis en el rol de los ángeles que contribuyeron al trágico final. Abu Lahab no se pudo contener y dio rienda suelta a sus sentimientos de rencor y comenzó a golpear e insultar a Abu Rafi‘, un musulmán recién convertido, por haber reiterado el rol de los ángeles. Umm Al Fadl, una mujer musulmana, indignada por lo que hacía Abu Lahab, lo golpeó con un tronco en la cabeza. Siete días más tarde, murió por una severa úlcera y no se le enterró sino después de tres días. Sus hijos, por temor a vergonzosos rumores, lo enterraron.
La derrota fue una vergüenza y una desgracia para los de La Meca. En la mayoría de los hogares había llanto por los muertos y por los cautivos. Se sentían humillados y tenían sed de venganza. Luego, las lamentaciones y los llantos fueron prohibidos para que los musulmanes no se alegraran debido a sus penas.
Medinah se entera de la Victoria:
Dos personas, ‘Abdullah bin Rauahah y Zaid bin Harizah, fueron enviados a Medinah para informar las buenas noticias sobre la Victoria de los musulmanes.
La variada estructura étnica e ideológica de Medinah experimentó diferentes reacciones. Los judíos e hipócritas propagaron el rumor de que el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, había muerto, y para apoyar esa mentira se basaron en que Zaid bin Harizah montaba Al Qasua’, la camella del Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam. Cuando llegaron los dos emisarios, difundieron la alegre noticia del triunfo de los musulmanes, y detallaron algunos acontecimientos para infundir optimismo en los corazones que habían estado preocupados, pero ahora estaban felices. Inmediatamente, empezaron a alabar a Al-lah elevando sus voces. Sus jefes salieron de la ciudad para esperar y recibir al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, en el camino que conduce a Bader.
Usamah bin Zaid, ralató que se enteró de la importante victoria poco después que enterraron a Ruqaiah, la hija del Profeta y esposa de 'Uzman bin ‘Affan. Estaba muy enferma y el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, autorizó a 'Uzman para que permaneciera en Medinah cuidando de ella.
Antes de abandonar el lugar donde se libró la batalla, diferencias acerca del tema del botín de guerra surgieron entre los guerreros musulmanes, dado que todavía no había descendido la legislación sobre ese asunto. Cuando las diferencias se profundizaron, el Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, postergó una resolución hasta que descendiera la Revelación al respecto.
‘Ubadah bin As‑Samit dijo: “Partimos junto al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y presencié la batalla de Bader con él. La batalla comenzó y Al-lah, Alabado sea, Venció a los incrédulos. Algunos de los musulmanes persiguieron al enemigo, algunos intentaron recoger el botín en el campo de batalla, y otros custodiaban al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, estando alertas ante un posible ataque sorpresa. Cuando llegó la noche y los musulmanes se reunieron, aquellos que habían recogido el botín dijeron: ‘Lo recolectamos y nadie tiene derecho sobre él excepto nosotros’. Aquellos que persiguieron al enemigo dijeron: ‘Vosotros no tenéis más derecho que nosotros; atacamos al enemigo y los derrotamos’. Y con respecto a los que se quedaron custodiando al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, también planteaban reclamos similares. En ese momento, un versículo del Corán fue revelado: {Te preguntan acerca de los botines [de guerra, cómo se distribuyen]. Diles [¡Oh, Muhammad!]: Los botines son para Al-lah y el Mensajero [y él los distribuirá entre vosotros según Sus órdenes]. Temed a Al-lah, afianzad vuestra hermandad y obedeced a Al-lah y a Su Mensajero, si sois creyentes.} [Corán 8:1]
En el camino de regreso a Medinah, en un monte de arena, el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, dividió los botines entre los guerreros luego de haber tomado una quinta parte. Cuando llegaron a As‑Safra’, ordenó que dos de los prisioneros fuesen ejecutados. Ellos eran An‑Nadr bin Al Hariz y ‘Uqbah bin Abi Mu'ait, porque habían perseguido a los musulmanes en la La Meca, y odiaban a Al-lah y a Su Mensajero. Usando la terminología moderna, eran criminales de guerra y matarlos serviría de lección para los opresores.
En Ar-Rauha, un suburbio de Medinah, el ejército musulmán fue recibido por los entusiastas medinenses que habían ido a felicitar al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, por la gran victoria que Al-lah les había otorgado. Usaid bin Hudair, actuando como vocero de los verdaderos creyentes, luego de alabar a Al-lah, se disculpó de no haber salido junto al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, porque pensó que sólo se trataba de interceptar una caravana, y dijo que si hubiese pensado que iba a realizarse una contienda, no se habría quedado. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le aseguró a Usaid que le había creído.
El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, entró a Medinah como un gran estratega en el campo de batalla. Un largo número de personas en Medinah abrazaron el Islam, lo cual agregó mucha fuerza y poder a la verdadera religión.
El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, exhortó a los musulmanes a que trataran bien a los prisioneros, a tal punto que compartieran con ellos el alimento.
Los prisioneros de guerra constituían un serio problema que esperaba una solución, porque era una situación nueva en la historia del Islam. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, consultó a Abu Baker y a ‘Umar bin Al Jattab al respecto. Abu Baker sugirió pedir un rescate, y dijo: “Son, después de todo, nuestros parientes, y el dinero nos daría fuerza para utilizarla en contra de los incrédulos; es más, tal vez sean guiados por Al-lah al Islam”. 'Umar propuso que había que matarlos, y dijo, “Son los líderes de la incredulidad”. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, optó por la sugerencia de Abu Baker. Al día siguiente ‘Umar encontró llorando al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, y a Abu Baker. Se sorprendió y les preguntó el motivo. El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, le dijo que había descendido una Revelación del Corán, desaprobando la idea de pedir rescate en vez de ejecutarlos (que se interpreta en español): {No le es permitido al Profeta [ni a los creyentes] tomar como prisioneros de guerra a los incrédulos antes de haberles combatido y diezmado en la Tierra. Pretendéis así [cobrando su rescate] obtener un beneficio mundanal, pero sabed que Al-lah quiere para vosotros la recompensa de la otra vida. Ciertamente Al-lah es Poderoso, Sabio. Si no hubiese sido que Al-lah prescribió [para esta nación] que el botín de guerra fuera lícito, habríais sufrido un terrible castigo por lo que tomasteis de él.}[Corán 8:67-68] La instrucción Divina siguió de la siguiente manera: {…Luego, si queréis, liberadles o pedid su rescate…} [Corán 47:4]
Fueron censurados por haber tomado prisioneros antes de haber conquistado y derrotado a la incredulidad. Aparte de esto, los incrédulos que llevaron a Medinah no eran solamente prisioneros de guerra, sino que eran criminales que un tribunal actual condenaría a prisión perpetua o los sentenciaría a muerte.
El rescate pedido para la liberación de los prisioneros oscilaba entre los 1.000 y 4.000 Dirhams, de acuerdo a la posición económica del cautivo. Otra forma de pagar el rescate fue con medios educativos. Algunos de los quraishíes de La Meca sabían leer y escribir; entonces, cada prisionero que no podía pagar con dinero el rescate, enseñaba a leer y a escribir a diez niños. Cuando el niño aprendía lo suficiente, se lo dejaba libre. Otro grupo de prisioneros fue liberado sin pagar rescate. Zainab, la hija del Profeta, pagó la liberación de su marido, Abu Al ‘As, con su collar. Los musulmanes lo liberaron y le devolvieron el collar por respeto al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, pero con la condición de que Abu Al ‘As permita a Zainab emigrar hacia Medinah, petición que fue concedida.
En cautiverio había un orador elocuente llamado Suhail bin ‘Amr. 'Umar sugirió que le sacaran sus dientes frontales para perjudicar su habla; pero el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, no aceptó tal propuesta temiendo que Quraish pida compensación por eso y también temiendo la ira de Al-lah en el Día de la Resurrección.
[1] La batalla de Al Iamamah, ocurrió después de la muerte del Profeta de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, durante el gobierno de Abu Baker. Fue una de las más sangrientas batallas de la famosa guerra contra los apóstatas.